Siguiendo con los aspectos básicos del bautismo, y considerando algunas confusiones que existen acerca del asunto, veremos en esta lección:
El estudiante serio y cuidadoso pronto se dará cuenta que la Palabra de Dios describe diferentes
clases de bautismos. Es importante no confundir el bautismo cristiano con otros. Algunos de estos
bautismos involucran el uso de agua, mientras que otros no.
El bautismo de Juan el Bautista: Juan el Bautista comenzó su ministerio antes que el Señor Jesucristo. Su objetivo era el de preparar el camino del Señor (Lucas3:4), es decir, preparar al pueblo para que estuviese en condiciones de recibir a Jesucristo, el Mesías prometido. Juan predicaba el “bautismo del arrepentimiento” y bautizaba en el río Jordán a aquellos que se mostraban arrepentidos, los que producían “frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas3:3,8). Es de esperar que el perdón de pecados, que predicaba, venía por el arrepentimiento, y era un perdón temporal como el que se obtenía por sacrificios de animales bajo la ley (Hebreos10:4). Todas las personas que eran bautizadas por Juan, eran luego guiadas a Jesucristo, “el Cordero de Dios que QUITA el pecado del mundo”, (Juan1:29). Al creer en Cristo para salvación, estas personas eran bautizadas nuevamente con el bautismo cristiano (Hechos19:3-5).
El bautismo del Espíritu Santo: Después de su muerte y resurrección, encontramos que Jesucristo les promete a sus discípulos que serían “bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5). Este bautismo se cumplió unos días después, en la fiesta de Pentecostés, en el momento en el cual comenzó la Iglesia (Hechos 2). El alcance de este hecho histórico cobija a todos los creyentes desde ese momento en adelante (Efesios1:13). Por lo tanto, ahora todo creyente participa del bautismo del Espíritu Santo al convertirse, es decir, al entrar a formar parte del Cuerpo de Cristo (1 Corintios12:13). Si tienes inquietudes sobre el bautismo del Espíritu Santo estudia el Apéndice 3.
El bautismo cristiano (en agua): Este es el bautismo instituido por el Señor Jesucristo y practicado por sus discípulos, como estudiamos en la lección anterior. Este es el bautismo en agua que Dios espera de todo cristiano. Es un acto simbólico que demuestra nuestra conversión, donde el nuevo discípulo es sumergido brevemente en agua, identificándose públicamente con la muerte, sepultura y resurrección del Señor Jesucristo.
Otros bautismos:
Si miramos cuidadosamente, encontraremos aún más bautismos en el Nuevo Testamento. El
bautismo de Jesucristo, efectuado por Juan el Bautista, fue un bautismo especial, pues Cristo no
tenía pecado del qué arrepentirse. Encontramos el “bautismo de fuego” (Mateo3:11), que es un
bautismo de juicio que aún no se ha cumplido, como lo explica el versículo que sigue (Mateo3:12).
También notamos que Jesús se refiere a su muerte como un bautismo (Lucas12:50; Mateo20:22).
Existe la falsa idea que el bautismo cristiano es un instrumento para perdón o lavamiento de
nuestros pecados. Aparentemente este error tiene su origen en la confusión del propósito de cada
uno de los diferentes bautismos. El cristiano se bautiza porque YA HA SIDO PERDONADO.
Bajo la ley, Dios le exigía a los judíos la sangre de una víctima sacrificada cuando pecaban. Esto,
con el fin de recordarles que “la paga del pecado es muerte”, y prepararles para el sacrificio
supremo del Hijo de Dios “ofrecido una vez para siempre… por los pecados” (Hebreos10:12). La
Palabra de Dios es muy clara en este punto: es la sangre de nuestro Señor Jesucristo lo que nos
limpia de nuestros pecados y no el bautismo. Miremos 1 Juan1:7 “La sangre de Jesucristo, su Hijo,
nos limpia de todo pecado” y Apocalipsis1:5: “Jesucristo… nos lavó de nuestros pecados con su
sangre”.
Estos versículos son tratados ampliamente en el Apéndice 4. Nos limitaremos aquí a explicarlos
brevemente. Hechos 2:38: Ya hemos visto como en el tiempo de los Hechos los creyentes se
hacían bautizar inmediatamente. En este versículo, Pedro está exhortando a sus oyentes a dar dos pasos que, para ellos, serían simultáneos: (1) arrepentimiento sincero (como primera e indispensable condición), y (2) bautismo cristiano. Tomando estos dos pasos al mismo tiempo, mostrarían públicamente su identificación con Cristo como Salvador. Esto conllevaría dos consecuencias: (1) el perdón de pecados, y (2) el don del Espíritu Santo. Hechos 22:16: Ananías le dijo a Saulo: “Ahora, pues ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando Su nombre”. La conversión, o cambio interior de Saulo, ocurrió momentos después de caer al suelo en su viaje a Damasco, cuando tuvo un encuentro personal con Cristo (Hechos9:4-
6). Por lo tanto, cuando Ananías le visita unos días después, lo saluda diciéndole: “Hermano Saulo” (9:17). Es evidente entonces que Saulo ya había creído y, por lo tanto, ya había recibido su perdón antes de ser bautizado. Al visitarle, Ananías lo anima a que inmediatamente se bautice, demostrando su arrepentimiento, perdón y salvación, e identificándose públicamente con Jesucristo. 1 Pedro 3:21: Este versículo menciona la salvación del diluvio, de la cual gozaron Noé y su familia, y la relaciona con el bautismo cristiano. Pero notemos que aquí el diluvio simboliza el bautismo, y el bautismo simboliza la salvación. El apóstol nos deja muy en claro que la ceremonia exterior del bautismo no nos quita “las inmundicias de la carne” (es decir, los pecados), pero sí demuestra el deseo que tiene el bautizado de andar bien delante de Dios (Romanos6:4).
Cuando nos convertimos, reconocemos y admitimos que Cristo cargó con nuestros pecados en la
cruz, que, con su sangre, Cristo nos limpió de nuestros pecados. La pregunta es ¿de cuáles pecados
nos limpió? ¿Será que Cristo sólo nos perdonó los pecados cometidos antes de nuestra conversión?
Si este fuera el caso, ¿qué perdón reciben los pecados de hoy y de mañana? ¿Será que Cristo sólo
nos perdona los pecados que le confesamos? Si este fuera el caso, ¿qué perdón reciben los pecados
que no podemos recordar? La hermosa realidad es que: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de TODO pecado” (1 Juan1:7). Pensemos en esto detenidamente. Cristo cargó con TODOS
nuestros pecados. Esto incluye los pecados que cometimos antes de entregarnos a Cristo, los
pecados que hemos cometido desde entonces (ya sea que los recordemos o no, ya sea que los
hayamos confesado o no), y ¡todos los pecados que vayamos cometiendo! Escuchemos al apóstol
Juan hablando: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el justo. Y Él es la propiciación por
nuestros pecados” (1 Juan2:1,2). Esto quiere decir que todo el perdón que necesitemos en el futuro está asegurado por el mismo sacrificio del Cordero de Dios. Cada nuevo pecado, desencadenará una defensa de parte del Divino Abogado, con base en Su perfecta obra cumplida en la cruz.
¡Alabado sea por siempre! Cuando pecamos como creyentes, sí perdemos el gozo de nuestra salvación. Así que a diario necesito la limpieza para poder vivir en armonía con mi Señor. Jesucristo se refirió a esto como “lavarse los pies” espiritualmente (Juan13:5-10). Esta limpieza viene a través del estudio de la Palabra de Dios y a través de la confesión: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1
Juan1:9). Nota que debemos confesar a Dios nuestros pecados, esto es, decirle con profunda humillación y dolor cada pecado que recordemos. Las exhortaciones de Santiago4:8-10 pueden sernos muy útiles en este caso.
¿Qué sucede entonces cuando he confesado con todo mi corazón un pecado que cometí? 1 Juan1:9 nos sigue diciendo que “Dios es fiel y justo” (es decir, reconoce siempre la obra de su Hijo por mis pecados). Después nos dice: “para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Tenemos, entonces, la plena certeza del perdón de Dios. No es necesario hacer penitencia, ni ninguna otra cosa para ganar el perdón de Dios. Debemos más bien agradecerle por Su perdón inmediato y sin rencores.
Una pregunta personal: ¿Estás permitiendo que la Palabra de Dios limpie tu forma de vivir? ¿Hay algún pecado que guardas sin confesar? Si es así, ¿qué estás esperando para confesarlo?
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